En La Paternal, lo venció por 1-0 y cortó una racha de cinco partidos sin victorias. Los de Pellegrino, en cambio, llevan 8 sin ganar fuera de casa.-
El fútbol argentino no encanta en el verde césped. Se juega feo. Parece una contradicción, pero resulta sobre todo un síntoma: el estadio se llama Diego Maradona, el crack de los cracks, y sobre su terreno dos equipos campeones de la tentadora Libertadores juegan mal. O peor que mal. Sì, eso sucedió bajo el cielo de La Paternal, mientras la tarde se hacía noche en Buenos Aires: Argentinos y Estudiantes brindaron un espectáculo que nada tuvo de espectáculo. Ganó Argentinos, por ese gol desfachatado de un pequeñito futbolista que parecía ajeno. El Keko Villalva hizo una jugada a la altura del nombre del escenario. Ese chico que jugó en River y que para la gente de la localidad correntina de Caá Cati es Maradona le cambió a esta cita el penoso rumbo de cero compartido por incapacidad compartida.
Argentinos y Estudiantes son dos retratos de lo que en el Inicial sucede: cualquiera es Gardel un sábado y el peor de los guitarritas del barrio al domingo que le sigue. La tabla los muestra ahora por la mitad. Lejos de todo lo grande, pensadores de promedio a mediano plazo. Y el desarrollo del partido los describe: imprecisiones, el centro y/o el pelotazo como recurso repetido, la pelota detenida como mandato, nada de juego asociado. En los noventa minutos y en esos instantes de descuento, el fútbol lejos estuvo de invitar a pagar la entrada.
Las responsabilidades son parecidas. Caruso Lombardi, anoche cara vencedora, puede sonreír por un rato, por tres puntos. Pero actuaciones como la de ayer pocas veces lo trasladarán a otra victoria. Mauricio Pellegrino, técnico nuevo en este ámbito argentino, se fue de La Paternal con una impresión dañina: cualquiera puede ganarle a este Estudiantes. Pero no porque el equipo sea flojo o malo sino porque siempre camina por la cornisa. Está al borde de la victoria y de la derrota. No se anima a más, parece.
Los noventa minutos que sucedieron ayer en Juan Agustín García y Boyacá sólo fueron atractivos para los vencedores y, sobre todo, para los familiares del goleador. Antes y después de ese espasmo mágico, el desarrollo fue una sucesión de desencantos. Pero no es casual: son dos equipos que priorizan el cero en su arco y cuya búsqueda ofensiva mucho tiene de pereza y/o de descanso en la virtud individual de sus mejores intérpretes.
Tal vez no mereció perder Estudiantes, como señalan algunos de los protagonistas. Tal vez, fue demasiado premio para este Argentinos que tanto se abraza al azar para subsisitir. De todos modos, no queda mucho espacio para la queja ni para la celebración de un gran éxito. Un gol de un futbolista frecuentemente postergado cambió todo. Pero el detalle no cambia el fondo de la cuestión: Villalva fue apenas un destello en la oscuridad.
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